martes, 21 de octubre de 2014

«Sanjuro», de Akira Kurosawa (1962)

☆☆☆¾

El domingo por la noche vi la película japonesa Sanjuro, del gran Akira Kurosawa (1962). Secuela de la magistral Yojimbo (1961) y protagonizada también por un fantástico Toshiro Mifune, que interpreta al mismo ronin astuto y misterioso que la lió parda entre los Seibei y los Ushitora, es una película más sencilla que su famosa antecesora, más lineal, pero muy entretenida y soberbiamente rodada e interpretada.

Yo desconocía esta película; la descubrí el viernes en FilmAffinity, buscando algo interesante que ver el fin de semana. Como de ciencia ficción y fantasía lo he visto prácticamente todo (al menos lo de cierta calidad) y el terror no me llama, pensé en buscar cine de otros géneros que tenía bastante abandonados. Y me topé con Sanjuro.

El sábado, charlando con mi buen amigo Ignacio Illarregui, que sabe lo suyo de cine, le comenté que me apetecía verla y tampoco la conocía, así que no es cosa mía; realmente es una película poco conocida, y la verdad es que no lo entiendo. Claro que no llega al nivel de Yojimbo, pero está muy bien; es una película llena de acción, con toques de humor propiciados por el contraste entre la experiencia y astucia del ronin y la ingenuidad y falta de “mili” de los nueve honorables pero necios samuráis que intentan acabar con la corrupción en la ciudad y se meten en un peligroso berenjenal, del que sólo el veterano guerrero ambulante podrá sacarles con vida.

En la imagen, un momento memorable de la película, cuando los nueve samuráis se dan cuenta por fin de que la única alternativa a escuchar los consejos del ronin, confiar en él y seguir su liderazgo, es cagarla y diñarla.

Yo la situaría, por calidad e intención, entre Yojimbo y La fortaleza escondida (película anterior, de 1958, que apuesta aún más por la aventura y la sencillez estructural, conocida sobre todo por haber inspirado a Lucas para realizar La guerra de las galaxias y La amenaza fantasma, que le deben muchísimo). Todavía no comprendo cómo puede haber pasado desapercibida para mí durante tanto tiempo.