jueves, 26 de junio de 2008

Todorov y Atwood, premiados con el Príncipe de Asturias


Hace unos días tuve la satisfacción de ver premiada la labor intelectual de Tzvetan Todorov con el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales y ahora me entero de que la escritora canadiense Margaret Atwood ha sido premiada con el mismo galardón en el área de Literatura. Ambos tienen cierta relación con la cosa nostra, como me gusta llamar a mi género de ficción preferido: el género fantástico.

Tzvetan Todorov fue uno de los primeros intelectuales de fuste en acercarse al análisis sistemático del género con su libro Introducción a la literatura fantástica. Aunque uno no está de acuerdo con su visión, un tanto castrante, hay que reconocer que su trabajo es un esfuerzo digno de elogio y que merece la pena conocerlo si se tiene un interés teórico por el tema.

En Francia, Todorov es algo así como un dios en el panteón laico de los intellos. Aquí casi no se le conoce, lo cual es una pena. Por eso me agrada especialmente este premio, que tal vez contribuya a que algún paleto que yo me sé se caiga por fin del guindo.

Margaret Atwood es también una autora relativamente desconocida en España. Su nombre sonó en el fandom hace años por su novela El cuento de la criada, ganadora del premio Arthur C. Clarke en 1987, una distopía feminista que fue uno de sus mayores éxitos junto con El asesino ciego (ganadora del premio Dashiel Hammett entre otros galardones), que también guarda relación con el género de ciencia ficción. Dos novelas a descubrir.

miércoles, 18 de junio de 2008

«Los cronocrímenes», de Nacho Vigalondo

☆☆☆½

«Los cronocrímenes» es el primer largometraje de Nacho Vigalondo —el más prometedor cineasta cántabro de la actualidad, que despuntó hace unos años con su candidatura a los Oscars de Hollywood por su corto «Las 7:35 de la mañana»—. Una opera prima que, sin un gran presupuesto ni espectaculares efectos especiales, logra enganchar al espectador (por lo menos yo no noté apenas el paso de sus 88 minutos) con un tema ciertamente arriesgado (y más teniendo en cuenta que se trata de una opera prima): el viaje en el tiempo.

Para el espectador curtido en este tema —alguien, por ejemplo, que haya entendido «Primer» a la primera—, esta película no supondrá una gran novedad, pero al menos quedará satisfecho por el modo como encajan las cosas en el guión, lo cual no es moco de pavo cuando hablamos de viajes en el tiempo. Y podrá disfrutar de la actuación de Karra Elejalde, que está muy bien, del buen hacer de Candela Fernández y del encanto de Bárbara Goenaga (menuda chavala, arfs). Nacho Vigalondo, a pesar de no ser precisamente un actor excelente, cumple su papel con dignidad, pero donde se luce es en la dirección, bastante notable, y en el montaje, realmente bueno.

Otro haber de la película es el final, coherente y no demasiado previsible. Un buen final, algo cada vez más raro de ver en el cine de hoy en día, donde tantas películas tienen un comienzo estupendo y terminan de forma apresurada y chapucera.

La Sala Argenta del Palacio de Festivales de Santander estaba abarrotada de espectadores; había mucha gente de los pueblos de Cantabria donde se ha rodado la película: Isla, Meruelo, Noja..., y también de Cabezón de la Sal, de donde es oriundo el director, al que se notaba emocionado por el apoyo de sus paisanos de toda Cantabria.

En fin, un dignísimo producto que no tiene nada que ver con el cine que se suele hacer en España, que se sale de lo corriente en este país, una película que ha cosechado premios (como el Asteroide de Oro, máximo galardón del Festival Science Plus Fiction de Trieste) y buenas críticas en su gira por los Festivales (incluido Sundance) y que merece sin duda una distribución masiva en nuestro país. No es de extrañar que haya llamado la atención de la industria de Hollywood.

Hay que apoyar a Nacho Vigalondo para que su talento indudable logre desarrollar todo su potencial.

martes, 10 de junio de 2008

1.000 trillones de cálculos por segundo


Hace un par de semanas leí que la NASA tenía proyectado para 2009 un nuevo sistema informático, el Proyecto Pléyades, que operaría a un petaflop, con la colaboración de Intel y SGI.

Reconozco que me sentí un poco impresionado. Es algo que me pasa cada vez más; flipo cada dos por tres con los avances que se están produciendo últimamente. Flipo con cosas como los avances en memoria de estado sólido (recuerdo la impresión que me llevé el año pasado cuando Toshiba presentó su tarjeta SD de 32 GB, y ya Samsung está detrás de una de 64) o con el ansiado logro del memristor, que promete revolucionar la informática.

Hoy flipo porque IBM se ha adelantado al deseo de la NASA. La computadora Roadrunner (“Correcaminos”), de IBM, instalada en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, en Nuevo México, EEUU, ha llegado ya al petaflop. Su misión será menos bonita que la del Pléyades de la NASA, dedicado a la investigación aeroespacial; Roadrunner está destinado a usos militares: simulación de pruebas nucleares (o sea, desarrollo de nuevas armas atómicas, como si hicieran alguna falta) pero no deja de ser un logro impresionante. Hasta hace poco, la computadora Blue Gene/L, también de IBM, era la más potente, con una capacidad cercana a los 500 teraflops, o sea, menos de la mitad. Su reinado ha durado casi seis años.

Se me ponen los vellos como escarpias pensando en la capacidad de procesamiento que alcanzarán estos ordenadores superpotentes cuando el memristor sea una realidad comercial.

domingo, 1 de junio de 2008

«La transfiguración del Conde Geiger», de Michael Bishop

☆☆☆½
Debo agradecer a Antonio Rodríguez Babiloni que me recomendara esta novela de Michael Bishop.

Hábil sátira superheroica, La transfiguración del Conde Geiger está llena de eso que los catalanes llaman “conya”, esa particular clase de ingenio cuyos frutos oscilan entre lo vulgar y lo sublime, excéntrica gracia que hunde sus manos en el barro de lo bizarro para modelar enanitos de jardín nudistas, bustos de Spawn para pintar en casa, tazas con el rostro del mil veces difunto Kenny, estatuas ecuestres de las Tortugas Ninja, etc., prima del kitsch y el surrealismo, nieta del buen rollo y la mala leche, hermana de la broma, hija del humor.

No es moco de pavo la burla que dedica a los estirados miembros de la “intelligentzia” presuntamente culta, amante celosa de las mal llamadas “Artes Mayores”, que tan bien representa, al principio, el protagonista de la novela (crítico literario y jefe de la sección cultural de un importante periódico). Pero no todo es ironía y sarcasmo en esta novela, divertida pero de ningún modo superficial; Bishop no descuida, en su afán recreativo, la reflexión. En el fondo, esta historia se asemeja a una lección de estética, principalmente sobre la carencia de verdad de los juicios estéticos.

En fin, que la recomiendo.

[Jean Mallart, deleitándose en la pedantería como el protagonista de la novela antes de su transfiguración. Que el cesio 137 me coja confesado.]