miércoles, 22 de mayo de 2024

S·T·T·L, diaspar.

Hoy me he enterado del fallecimiento, hace ya un tiempo, de José Antonio López Ruiz, conocido en el fandom de la ciencia ficción como “diaspar” (con minúscula, como insistía siempre). Era todo un personaje. Muchos aficionados al fantástico lo habréis conocido. Fue un pionero de la digitalización de libros amateur, no ya en nuestro país, sino a nivel internacional. Que yo sepa, fue el primero en España en escanear libros por su cuenta, fuera de centros de documentación, en plan casero, para compartirlos en Internet, allá por la segunda mitad de la década de los noventa.

En la red Usenet, fue usuario del grupo de noticias es.rec.ficcion.misc (antes, de es.rec.ficcion) durante unos cuantos años. Allí fue el perejil de muchas salsas, alma de muchas fiestas, creador de buena parte de la cultura propia de aquella comunidad, pariendo expresiones como tierno plasmoide, casta matrona o sesudo varón, que la mayoría utilizábamos con entusiasmo y sin ruborizarnos. Nos dio un santo patrón (Santo Tomás Moro, autor de Utopía). Personalmente, me otorgó el título de Lascivo Varón y Faquero Mayor de es.rec.ficcion.misc, Voz de San Moro, profeta del Señor Moro y varios más. Si no me equivoco, fue quien acuñó el término “The Pila”. En fin, un figura.

Su gracejo andaluz aliñó nuestras conversaciones y compartió con nosotros cientos de libros, todos descatalogados, que de otra manera nos hubiera sido muy difícil leer. Y no solo a nosotros; miles de aficionados latinoamericanos se han beneficiado de su labor, inspirando a émulos como el argentino Sadrac, otro de los pioneros de las bibliotecas virtuales surgidas del mundo aficionado.

No sé con exactitud qué edad tenía; si no me fallan mucho las cuentas, superaba la ochentena. Malagueño de origen gaditano, ingeniero de aguas jubilado, antiguo motero, naturista, era un tipo dinámico, extrovertido y, como él mismo se definía, pendenciero y fosforético. Era un tipo excéntrico, desde luego, y tenía sus aristas, con las que uno podía rozarse y hasta herirse, pero el paso de los años lo lava todo. Al final, lo recuerdo con cariño y agradecimiento.

Sit tibi terra levis, maese diaspar, “abu”, casta matrona donde las haya.

domingo, 25 de febrero de 2024

«La Voz de su Amo», de Stanislaw Lem (1968)

Hay unas cuantas novelas de ciencia ficción que no están ya en mi Top Five de favoritas, pero lo estuvieron en otro tiempo y podrían entrar perfectamente en mi Top Ten. Por ejemplo, La Voz de su Amo.

Ya comenté con entusiasmo esta novela del gran autor polaco en un pequeño texto para C hace un montón de años, en 2006, en el marco de un homenaje que varios escritores, críticos y aficionados (como yo), le dedicamos poco después de su fallecimiento. No voy a repetirme, porque lo compartí aquí hace tiempo, y para lo demás está Wikipedia, que tiene una entrada muy buena sobre esta novela. Lo que pretendo es completar un poco mis impresiones y añadir algo de contexto sobre mi experiencia como lector.

Leí La Voz de su Amo a comienzos de la década de los noventa, en la misma época que Naufragio, de Charles Logan (novela que también estuvo muchos años en mi Top Five, posiblemente más por razones sentimentales, por lo que me hizo sentir en aquel momento, que por su calidad literaria).

Voy a comentar brevemente algo sobre Naufragio, que fue un caso un poco especial. Estaba solo en Murcia, recién llegado de Santander, sin amigos. Mi timidez era grande (no se me curó hasta unos años después, durante mi servicio militar) y mi carácter septentrional, reservado y precavido, chocaba frontalmente con el de la mayoría de la gente de aquella zona (siento generalizar, pero así es como lo recuerdo), cuya franqueza y curiosidad resultaba difícil de tolerar para un Santanderino de Toda la Vida como yo. El protagonista de Naufragio estaba solo y atrapado en otro planeta, como me sentía yo. No me extraña, con la perspectiva que dan los años, que me identificara tanto con el personaje protagonista. Normalmente ando bajo de empatía, pero no pude evitar emocionarme al acabar la novela. Al fin y al cabo, hablaba de mí.

Sobre Naufragio podéis leer en C una visión diferente y menos halagüeña, de Ignacio Illarregui. También está disponible un breve comentario, muy entusiasta (quizá demasiado), que hice en aquí en Cavernalia en 2012.

El caso de La Voz de su Amo es muy diferente, como lo es la emoción que me evoca. La admiración que ya sentía por Lem desde muy niño (os recuerdo que fue el primer autor de ciencia ficción que conocí, aparte de Jules Verne) aumentó drásticamente. Ya he comentado cómo me sentí en su primera lectura, enfrentado a una auténtica avalancha de ideas maravillosas que brotaban por doquier, prácticamente en cada página. A muchos les haría falta un glosario detallado para no perderse; de hecho, yo tuve que hacerme uno y hasta visité una biblioteca (eran otros tiempos, sin Internet) para consultar términos y aprender sobre los conceptos que iba desgranando el autor polaco a lo largo de la novela. Esto es algo que conecta a la mayoría de mis novelas favoritas, como ya he dicho aquí varias veces.

La Voz de su Amo viene a ser un compendio de muchos de los temas tratados por Lem en sus obras, destacando asuntos como la dificultad de entenderse con El Otro tras un primer contacto, las limitaciones humanas a la hora de enfrentarse a misterios de naturaleza posiblemente incognoscible, la crítica a la burocracia...

Ya no me acordaba, pero tengo escrito que, como ocurrió con Naufragio, me puse inmediatamente a releerla. No suele ocurrir, os lo aseguro.

Como siempre, debo recalcar que mi consideración hacia esta novela es subjetiva, y si está tan alta en mi estimación es por razones más personales, y de gusto particular, que por motivos estrictamente literarios. Seguramente podría, si me esfuerzo, encontrarle defectos que poder indicaros. Pero yo, generalmente, no escribo reseñas ni críticas de libros; me limito a comentarlos a mi aire. Y no me apetece desbarrar sobre eso.

Dicho esto, seguramente La Voz de su Amo no es lo mejor para comenzar a leer a Lem, pero resulta excelente para el lector ya iniciado en novelas como Solaris, Fiasco o Edén. Por cierto, últimamente hay disponibles muy buenas ediciones de las obras de Lem con las que poder empezar a familiarizarse con su literatura, incluyendo estas que acabo de mencionar, gracias a la editorial Impedimenta.

lunes, 5 de febrero de 2024

S·T·T·L, Christopher Priest (1943-2024)

El viernes pasado falleció, a los 80 años de edad, Christopher Priest. Fue autor de El prestigio (ganadora del World Fantasy Award y llevada al cine por Nolan como El truco final; de hecho uno de sus libros, The Magic, trata sobre eso) y de un montón de obras más como Fuga para una isla, El mundo invertido (ganadora del premio de la BSFA y finalista del Hugo) y Experiencias extremas, por citar algunos.

En la TerSa estábamos más o menos informados de sus andanzas gracias a nuestro contertulio y corresponsal en Londres, Borja Bilbao, que lo trataba personalmente y ha sido quien nos ha transmitido la noticia (yo me enteré el sábado, por Nacho Illarregui, en una de nuestras habituales sesiones de juegos de mesa).

Yo no soy muy fan de Priest, como lo es Nacho, pero sí que lo he leído y he disfrutado en general de sus libros (con unos más que con otros; tengo un cariño especial a su homenaje a H. G. Wells, La máquina espacial), aunque me faltan algunos importantes por leer. Estoy de acuerdo con Nacho en que en España se le ha olvidado, injustamente, a nivel editorial. Nunca ha dejado de escribir, también ensayos y cuentos, incluso en sus últimas semanas, y tiene unas cuantas novelas sin publicar en nuestro país. Incluso tiene ensayos como The Book on the Edge of Forever, finalista del Hugo, sobre la mítica tercera entrega de las Visiones peligrosas de Harlan Ellison, que me gustaría leer. *

Sit tibi terra levis, Christopher.


* Por cierto, me he enterado de que The Last Dangerous Visions podría salir finalmente en septiembre de este mismo año, o sea, más de medio siglo después de que Ellison comenzase a recopilarla y transcurridos seis años desde su muerte.

jueves, 30 de noviembre de 2023

S·T·T·L, Michael Bishop (1945-2023)

Ha muerto Michael Bishop.¹ Su novela Sólo un enemigo: el tiempo (No Enemy But Time, 1982) ganó el premio Nebula. Personalmente, siento mucha simpatía por La transfiguración del Conde Geiger (Count Geiger's Blues, 1992), una ácida sátira del mundo de los superhéroes, que reseñé en 2008.

Algo que no puedo evitar recordar cada vez que el nombre de Michael Bishop sale a colación es la desgracia que sufrió al perder a su hijo Jamie en la masacre de Virginia Tech, en 2007, en la que murieron 32 personas.

S·T·T·L, Michael Lawson Bishop (1945-2023).


¹ Iba a empezar haciéndole un guiño con la frase «Michael Bishop ha muerto, desgraciadamente» (por su novela Philip K. Dick is dead, alas), pero me he abstenido, aunque creo que él lo habría apreciado.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Mi «Top Five» de novelas de ciencia ficción (2022)

Siguiendo el ejemplo de mi amigo Ignacio Illarregui (y también de los colaboradores de C Julián Díez, Carlos Morgenroth, Mario Amadas, Adolfina García, Alfonso García, Ekaitz Ortega, Santiago L. Moreno y Fernando Ángel Moreno), he actualizado mi Top Five de novelas de ciencia ficción, que data de 2013.

No incluyo antologías, obviamente, pero sí fix-ups, por los que siempre he tenido cierta debilidad. Dejando también al margen bilogías, trilogías y «enelogías», como los dípticos formados por Hyperion y La caída de Hyperion (Dan Simmons) o La estrella de Pandora y Judas desencadenado (Peter F. Hamilton), la trilogía de Thistledown de Greg Bear (t.c.c. «La Vía», formada por Eón, Eternidad y Legado), la saga del Centro Galáctico (Gregory Benford) o El Libro del Sol Nuevo (Gene Wolfe), entre otras cosas, confeccioné una corta lista de títulos de los últimos 40 años, con el fin de facilitarme la tarea de elegir sustitutas para dos novelas (2) que habían perdido su posición en mi particular ranking de favoritas del género.

Esta vez, la primera elección ha sido fácil; para la segunda, he tenido que repasar y meditar largamente.

Pero vayamos por orden. La última vez que compartí en público mi Top Five, hace nueve años, era así:

  1. «Pensad en Flebas» (Consider Phlebas), de Iain M. Banks (1987).
  2. «Vurt», de Jeff Noon (1993).
  3. «Invernáculo» (Hothouse), de Brian W. Aldiss (1962).
  4. «Naufragio» (Shipwreck), de Charles Logan (1975).
  5. «La mano izquierda de la oscuridad» (The Left Hand of Darkness), de Ursula K. Le Guin (1969).

Para empezar, he dejado caer a Naufragio. Me sigue pareciendo notable y la recuerdo con emoción, pero en la última década he leído unas cuantas que son mejores y, sobre todo, me han gustado más, que es de lo que se trata. En su lugar he elegido un fix-up que me maravilló en su momento y me sigue trayendo gratos recuerdos desde que lo leí, allá por el verano de 2015: Diáspora, de Greg Egan.

Diáspora me parece mejor que Naufragio con diferencia, aunque debo reconocer que al principio me costó entrar en la historia. El comienzo me pareció muy complicado y, francamente, para alguien de letras como yo, un latazo. (Vale, es hard science fiction, o sea, ciencia ficción “dura”..., “durísima”, vamos; yo creo que aquí hard se podría traducir, con más propiedad, como “difícil”).

Afortunadamente, la edición de AJEC se benefició de la corrección de estilo de Sergio Mars. Me imagino que su labor resolvió bastantes problemas; la traducción debió de ser muy compleja y sospecho que, sin la colaboración del escritor valenciano, la cosa podría haber sido un tremendo quilombo.

En fin, menos mal que insistí. Después de los primeros baches teóricos, la historia me fue atrapando más y más, casi sin poder soltar el libro, hasta completar su lectura en una especie de éxtasis místico, completamente encandilado.

Diáspora tiene momentos memorables, desbordantes de maravilla, que agradecí especialmente después de la pequeña decepción de Zendegi (2010), mi anterior lectura de Egan, de la que esperaba mucho más tras leer la excelente Ciudad Permutación (1994) y la antología Axiomático (1995), una de las más importantes de los años 90. Sin entrar en spoilers, flipé con lo de las alfombras de Wang (fascinante), con la estatua de los Transmutadores (me voló la cabeza) y otros portentos imaginativos que se van desgranando en la novela.

Como he señalado, al principio pensé que tendría que estudiar física para poder entenderla, pero Egan se las arregla para ir preparándote a medida que vas leyendo, explicando las cosas sin excesivos info-dumps que, personalmente, suelo detestar (es una de las razones por las que no suelo aguantar a Kim Stanley Robinson, por ejemplo). Egan es de los que instruyen deleitando, al menos en esta novela.

No es una novela perfecta, ni mucho menos; tiene el problemilla del comienzo excesivamente árido, el fix-up impone cambios muy acusados tanto en la trama como en el ritmo, que quizá se acelera demasiado en el último tramo... Pero a mí me encantó.

En fin, tras el primer cambio la cosa quedaba así:

  1. «Pensad en Flebas» (Consider Phlebas), de Iain M. Banks (1987).
  2. «Diáspora» (Diaspora), de Greg Egan (1997).
  3. «Vurt», de Jeff Noon (1993).
  4. «Invernáculo» (Hothouse), de Brian W. Aldiss (1962).
  5. «La mano izquierda de la oscuridad» (The Left Hand of Darkness), de Ursula K. Le Guin (1969).

Después de esta primera enmienda estuve pensando mucho en el asunto, buscando obras que me hubiesen gustado especialmente y tratando de imaginar si las que me entusiasmaron en su día lo harían hoy en la misma medida. Hay libros que, en su momento, no me satisficieron mucho y que, con los años y las relecturas, han acabado pareciéndome magistrales, como Excesión (Excession, 1996), de Iain M. Banks (uno de mis escritores favoritos), y otras que me fliparon de jovencito y ahora me parecen buenas, sí, pero como tantas otras.

Creo que un buen ejemplo de esto último es la primera novela que he retirado en esta ocasión de mi Top Five: Naufragio, de Charles Logan, reemplazada por Diáspora. En su día, siendo aún adolescente, la primera y última novela de Logan me emocionó tanto que, en el instante de acabarla, me puse a releerla. Hoy en día, no estoy seguro de que hubiera reaccionado así. Probablemente, no.

Después de encargarme de Naufragio me quedaba hacer otro cambio, el más difícil: Invernáculo, de Brian W. Aldiss. Sigue siendo una de mis predilectas, pero hay otras que pondría al mismo nivel y que podrían haber estado en su lugar perfectamente.

El primer ejemplo que me viene a la cabeza es El Señor de la Luz, de Roger Zelazny, que ya estuvo en su día (hace muchos años) en mi Top Five. Ahora que lo pienso, podría publicar otra entrada titulada «Novelas de ciencia ficción que no están en mi Top Five de favoritas pero podrían caber perfectamente en mi Top Ten» y meterla ahí. Y otra con el título «Novelas de ciencia ficción que no están en mi Top Ten de favoritas pero podrían caber perfectamente en mi Top Fifty». Y así hasta las 1000. Igual lo hago. (Nope).

Voy a comentar, eso sí, dos de esas novelas que han estado a punto de entrar en mi Top Five; creo que merece la pena detenerse un poco en ellas. Y también, de paso, otro par de obras importantes que, por razones ajenas a su calidad, no han llegado a calarme como podrían haberlo hecho (a pesar de tener todas las cosas que más me suelen gustar) y que, por tanto, no están entre mis cinco preferidas (perdón por insistir, pero os recuerdo que no se trata de las que me parecen mejores, sino de las que más me gustan a mí).

Probablemente la más importante de estas últimas (y una de las mejores, en general) sea Cismatrix, de Bruce Sterling.

No es Cismatrix, soy yo. La novela es fenomenal y tiene todos los ingredientes para encantarme. Estoy seguro de que, si la hubiese leído con 18 años o así, llevaría desde entonces en mi Top Five. De hecho, leí algunos cuentos de Sterling en mi juventud, gracias a la antología Crystal Express (Ultramar, 1992), que siguen siendo de mis favoritos.

Entonces, ¿cuál es el problema? Simplemente, que la pillé muy tarde. Originalmente publicada en 1985, no apareció en España hasta 20 años después. Demasiado tiempo, lamentablemente. En el ínterin, varias novelas grandemente influenciadas por Cismatrix (y también por los cuentos ambientados en el mismo universo) fueron apareciendo en nuestro mercado y, cuando la seminal novela de Sterling apareció por fin, la fiesta ya estaba terminando y mucho nos sonaba a repetido, cuando en realidad, en su momento, fue una gran pionera. Una pena, la verdad.

Otra novela seminal muy importante que no pude apreciar como es debido es ...Y mañana serán clones (The Ophiuchi Hotline, 1977), de John Varley.

En este caso no fue el libro lo que llegó tarde, sino yo. ...Y mañana serán clones es un fix-up de varios relatos y, antes de poder conseguir el libro (cosa que no fue fácil, porque no se había reeditado desde 1978 y los ejemplares disponibles eran muy escasos), ya me había leído casi todo en distintas antologías y revistas. Si no, probablemente sería de mis favoritas, porque tiene también todo lo que me suele entusiasmar. Por ponerle un pero, quizá se le vean demasiado las costuras al fix-up... No sé, realmente no puedo juzgarlo adecuadamente, porque mi lectura de la novela estuvo condicionada por el hecho de haber leído y releído los relatos que la conforman durante más de veinte años. Lo que sí puedo decir es que esos cuentos (y otros trabajos de Varley que no forman parte de su universo de los Ocho Mundos, como la novela corta La persistencia de la visión) me siguen pareciendo de lo mejorcito (mención especial para El fantasma de Kansas, que es uno de mi relatos* favoritos).

[*Aquí uso la palabra «relato» con el sentido de cuento largo, el equivalente a novelette en inglés].

Dicho esto, a modo de justificación, por si alguien se pregunta por qué no están en mi quinteto preferido Cismatrix o cualquier otra novela (generalmente, por haberla leído en condiciones desfavorables o, simplemente, por habérseme escapado), pasemos ahora a esas novelas que sí han estado a punto de reemplazar a Invernáculo en mi Top Five.

Hay muchas novelas magníficas que podría haber escogido. Pensando en ello he recordado un montón de títulos, la mayoría del siglo XX. Sin ir más lejos, las ya mentadas Excesión y Ciudad Permutación. Sin embargo, por mucho apego sentimental que tenga por estas y otras novelas del siglo pasado como Los genocidas (Thomas M. Disch, 1965), Neuromante (William Gibson, 1985), Cyteen (Carolyn J. Cherryh, 1988), Un fuego sobre el abismo (Vernor Vinge, 1992), La Era del Diamante (Neal Stephenson, 1995), La quinta cabeza de Cerbero (Gene Wolfe, 1972) y muchas otras, sobre todo de los años 80 y 90, tengo que reconocer que el presente siglo me ha dado algunas lecturas maravillosas, que no tienen nada que envidiar a sus prestigiosas predecesoras y que, en algún caso, superan a casi todas en mi preferencia.

Una de ellas es El Río de los Dioses (2004), del británico Ian McDonald.

El autor nos pinta un mundo terriblemente fascinante en un entorno bastante exótico, una India futura (el río de los dioses del título, lógicamente, es el Ganges) en la que está a punto de armarse una buena marimorena.

Ian McDonald piensa a lo grande. Movidas tochas, que no falten. Esta novela tiene de todo, pasa de todo, es un no parar. Esta es una de las características que me atraen particularmente, que pasen muchas cosas. Y que haya algo muy gordo en juego, también. Aquí lo hay.

Personajazos que se ven atrapados en la historia, metidos en jaleos, uno detrás de otro. Ritmo frenético. Lucha, conflicto. Drama. Variedad, inventiva. Todo eso me encanta. Todo eso lo hay en Cismatrix (que lamentablemente leí a destiempo, como ya he contado) y en muchas de mis novelas favoritas como, sin ir más lejos, Pensad en Flebas.

Al final todo confluye, como los afluentes de un gran río. Ver cómo el aparente sindiós adquiere sentido es muy satisfactorio. El Río de los Dioses es un follón, sí, pero es un follón maravilloso.

Otra obra del siglo XXI que me encanta es Accelerando (Charles Stross, 2005), quizá mi favorita de las últimas dos décadas. Otro escritor británico, otro fix-up.

Hay novelas que manejan material especulativo como para escribir cinco o diez más. Accelerando es una de ellas. Esta es una de las cosas que más me atraen de la ciencia ficción: la audacia conceptual. Meter un montón de ideas alucinantes en una coctelera literaria y menearla «con alegre desparpajo», como decía el blurb de The Library Journal sobre Accelerando.

Me encanta sentirme arrollado mentalmente, que me secuestren de la realidad suspendiendo mi incredulidad y me vuelen la cabeza saturando mi sentido de la maravilla. En una palabra, flipar.

Recuerdo la primera vez que sentí la emoción de experimentar una gran avalancha imaginativa echándose sobre mi cerebro; fue con La Voz de su Amo, de Stanislaw Lem, que sigue siendo una de mis novelas predilectas desde que la leí allá por 1992.

Muchas de mis favoritas comparten esto, ya digo. Cismatrix (Sterling) e ...Y mañana serán clones (Varley) son así y, si no fuera por lo que ya he explicado, seguramente estarían entre ellas. Ya he hablado de Diáspora y Ciudad Permutación (Egan), otras que tal bailan, y de El río de los dioses (McDonald). Pensad en Flebas y Excesión (Banks) también lo tienen. Desbordan «cienciaficcina», esa sustancia misteriosa repleta de imaginación y especulación que da al género su sabor particular.

El despendole inventivo de Accelerando es impresionante. En 2005, cuando salió (o, mejor dicho, cuando su autor la liberó, porque la compartió gratis en Internet), Stross llevaba un lustro fermentando, en una serie de cuentos, las nociones que acabaría mezclando y sirviendo en la novela. Y vaya mezcla le salió.

Sus temas principales son la singularidad tecnológica y la transhumanidad, en una aventura que parte de lo individual para ir desarrollándose a escala cósmica. Otra coincidencia con otros autores que me entusiasman: Stross piensa a lo grande.

Es compleja, es profunda y, encima, es una novela de aventuras de lo más entretenida.

Con algunas dudas, estuve a punto de meter esta obra en mi Top Five. Quizá Accelerando no concite demasiado consenso, pero (again) esta lista va de novelas que me molan a mí. Al final, me ha dado más satisfacción que otras quizá de más enjundia como Anatema (Neal Stephenson, 2008), La chica mecánica (Paolo Bacigalupi, 2009) o Embassytown: La Ciudad Embajada (China Miéville, 2011) o, incluso, El Río de los Dioses.

¿Más que Invernáculo? Creo que sí. ¿Más que Ciudad Permutación? Por ahí le anda. ¿Más que Excesión? Sinceramente, no.

No creo que os sorprenda, después de haberla mencionado varias veces, y menos si me habéis leído en Facebook. Al final he cedido a la tentación, a costa de repetir autor, y he colocado a Excesión en mi Top Five.


Ya he explicado algunas cosas que me gusta encontrar en una novela de ciencia ficción. Sé lo que me gusta y nunca me canso de ello. Un ejemplo de esto es lo bien que me lo he pasado este año leyendo los diarios de Matabot/Murderbot de Martha Wells; no se me han hecho cansinos en ningún momento. Si algo me gusta, quiero más. Y un escritor que me proporcionaba regularmente buena mercancía era Iain Menzies Banks. Desgraciadamente falleció en 2013, víctima de un raro cáncer de vesícula, y me quedé sin suministro.

Después de las tres primeras novelas de su serie de La Cultura, que fueron publicadas en España por Martínez Roca, Excesión y otras novelas de Banks fueron editadas por La Factoría de Ideas, también conocida como La Fechoría en ciertos círculos, una empresa editorial (EMHO) muy poco seria. A menudo encontramos en sus libros algo que lamentar y, desde luego, este no es una excepción. Aunque tampoco es que las ediciones de Martínez Roca fueran maravillosas, la verdad. Recuerdo un fallo muy gordo justo al principio de Pensad en Flebas que... Bueno, vamos a dejarlo, que ahora no toca.

Como muestra, un botón: En 2010, durante una de mis numerosas relecturas de Excesión, me di cuenta de que se había traducido a partir de un escaneo pirata de la edición original, con erratas de OCR y fallos de maquetación, de un aficionado que se hacía llamar “HugHug”. [Gracias, “HugHug”, que el Monstruo de Espagueti Volador te conserve los ojos (en un tarro con formol, después de arrancártelos con una cuchara)]. Naturalmente, tratándose de una edición de La Factoría de Ideas, los errores de “HugHug” pasaron a la traducción. ¡Vaya tela!

Excesión ya es bastante complicada como para, encima, dificultar más su lectura con la inclusión de errores heredados de un OCR mal hecho, con una maquetación incorrecta y, para más INRI, incómoda de leer, mal diseñada: caja demasiado grande, cuerpo de letra demasiado pequeño... Me entristece que una novela tan estupenda haya sufrido semejante maltrato. Todo por ahorrarse pasta, sobre todo en el papel, que encima es pésimo, bajando de las 450 páginas de la edición original hasta las 350, y eso que los textos en inglés suelen “engordar” al ser traducidos al castellano. Traducción, por otra parte, que no está mal pero podría haberse beneficiado de una buena corrección.

Chapuzas así han sido habituales en La Factoría de Ideas, casi marca de la casa. Recuerdo un caso especialmente sangrante: Galveston, la obra maestra de Sean Stewart ganadora del World Fantasy Award, que la descuidada edición de esta editorial devaluó en gran medida, convirtiéndola prácticamente en un bodrio plagado de erratas y mal escrito. La calidad literaria de la traducción desmerecía mucho la del original y resultaba evidente que no había pasado por el más mínimo filtro profesional (corrección de estilo, ortotipográfica, etc.) que cabe esperar de una editorial seria. Una verdadera lástima.

Por otra parte, tropelías como esas fueron las que me animaron, en buena medida, a leer en inglés (una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida). Otro de los motivos de peso fue, precisamente, poder disfrutar de las novelas de Banks que su muerte había dejado sin publicar en España (obras que, a día de hoy, siguen inéditas en nuestro idioma). Para este comentario he querido volver a la edición española y me ha sido imposible; ya solo ver de nuevo la anchura de la caja de texto, con ese cuerpo de letra minúsculo que hace de cada línea un sufrimiento interminable, me ha disuadido y me ha impulsado a releerlo en su versión original, con lo que gana muchos puntos.

Excesión es una novela exigente. En mi primera lectura no me enteré de la misa ni la mitad, pero no fue culpa del libro (bueno, un poco sí, por lo que ya he comentado; quiero decir que no fue culpa de Banks, sino mía); iba desprevenido y me la pegué. He visto por ahí críticas de que es «un lío»; en realidad no es así ni mucho menos. Tiene una estructura perfecta. Simplemente, hay que estar atento, porque tiene muchísimos detalles, la trama es compleja, tiene muchos personajes y te puedes perder.

No me pasó como con Diáspora, que me resultó difícil de leer solo al principio. Excesión se me resistió todo el rato. Cuando pasé la última página, me quedé algo confuso, con la sensación de haberme perdido muchas cosas. Seguro que la edición tuvo algo que ver en eso, porque la maquetación convierte la lectura de esta novela en una actividad más ardua de lo necesario, pero más tarde me di cuenta de que quizá no la había encarado de la manera más adecuada.

Tuve una reacción parecida después de ver Primer, la película de Shane Carruth sobre viajes en el tiempo, ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cine de Sundance de 2004. En 2008, el crítico Mike D'Angelo escribió en la revista Esquire: «cualquiera que se jacte de entender completamente lo que está pasando en Primer después de verla solo una vez, es un superdotado o un mentiroso». No intento compararlas; la trama de Excesión es enrevesada, pero no tanto. Solo trato de transmitir mi perplejidad después de leerla.

En un principio eché la culpa a la novela. Pero luego me percaté de que, sencillamente, no la había leído bien. Excesión no es la típica space opera llena de batallitas que puedes devorar pasando páginas a toda velocidad y sin pensar. No digo que ese tipo de historia no me mole, ojo; me lo he pasado pipa leyendo series enteras en ese plan como la Saga de Chanur (de la gran C. J. Cherryh), pero esto es otra cosa.

Banks me había pillado desprevenido. Tal vez esperaba algo en la línea de otras obras suyas de ciencia ficción, más asequibles, claras y directas, como mi adorada Pensad en Flebas (para mí, como digo siempre, la space opera definitiva), o El jugador (1988). Fue un error por mi parte. Excesión es una novela sofisticada, para paladares exigentes, un poco en la línea de la aclamada (y, para mí, lo reconozco, no muy satisfactoria) El uso de las armas (1990), pero más refinada, y se merece paladearla y disfrutarla despacito.

Con cada relectura, mi opinión sobre Excesión ha ido mejorando en progresión geométrica.

Así, mi Top Five queda, por ahora, como sigue:

  1. «Pensad en Flebas» (Consider Phlebas), de Iain M. Banks (1987).
  2. «Diáspora» (Diaspora), de Greg Egan (1997).
  3. «Excesión» (Excession), de Iain M. Banks (1996).
  4. «Vurt», de Jeff Noon (1993).
  5. «La mano izquierda de la oscuridad» (The Left Hand of Darkness), de Ursula K. Le Guin (1969).

Ojo, repito una vez más: no son las cinco mejores, sino las que más me han gustado hasta el momento. Y ojalá la lista cambie otra vez, más pronto que tarde; eso implicará haber disfrutado con la lectura de más obras maestras de mi género preferido. Sigue siendo una lista bastante viejuna; la novela más reciente tiene 25 años. Seguro que hay por ahí un montón de ellas capaces de desbancarlas, o eso espero.

domingo, 20 de noviembre de 2022

S·T·T·L, Greg Bear (1951-2022)

Ha fallecido Greg Bear, (1951-2022) autor de cuarenta novelas entre las que me apetece destacar "Música en la sangre" (ganadora del Hugo y el Nebula) y, sobre todo, la trilogía de Thistledown (t.c.c. "La Vía") formada por "Eon", "Legado" y "Eternidad" (1988-1999), que es una de mis trilogías favoritas de ciencia ficción. Casado con Astrid Anderson, la hija de Poul Anderson, fue muy activo en el fandom estadounidense; fue uno de los fundadores de la famosa Comic-Con de San Diego en 1970 y también fue miembro fundador de la ASFA, la Asociación de Artistas de Ciencia Ficción y Fantasía. También presidió la SFWA, la Asociación de Escritores de Ciencia Ficción y Fantasía de América. Era reconocido en el fandom como una de las «Tres Bes» de la ciencia ficción en los años ochenta y noventa, junto a Gregory Benford y David Brin. Tenía 71 años.

S·T·T·L, Greg Bear.

domingo, 25 de septiembre de 2022

«Pantheon» mola.

Mi antídoto contra el intenso aburrimiento que me provocan Andor, House of the Dragon y The Rings of Power. No tenía muchas ganas de ver otra serie de animación, porque vengo de acabar unas cuantas, pero la historia (basada en relatos de Ken Liu) es cojonuda, el guion mantiene un interés constante, con buen pulso y una narrativa coherente... En fin, que los guionistas de los mentados peñazos podrían aprender mucho de "Pantheon".