Bueno, parece que el meme de «Los 10 libros que más te han marcado» ha vuelto, y esta vez he respondido con otros diferentes:
- «El guardián entre el centeno», de John D. Salinger.
- «Pórtico», de Frederik Pohl, mi primer libro de ciencia ficción verdaderamente adulta.
- «Emmanuelle», de Emmanuelle Arsan, que leí a los 13 años en casa, a escondidas, y diez años después, en francés, en un cuartel de La Legión, también a escondidas.
- «Miedo a volar», de Erica Jong, que leí también muy joven (con 15 o 16 años) y fue también muy instructivo.
- «El anillo del rey Salomón», del etólogo y Premio Nobel de Medicina Konrad Lorenz, que me enseñó a querer y respetar a los animales sin humanizarlos, por ser lo que son.
- «Bueno para comer», de Marvin Harris, mi primera lectura antropológica, muchos años antes de tener que empollarme sus libros más académicos en la carrera de Filosofía.
- «Obras de Epicuro», en edición de Monserrat Jufresa para Tecnos, que me cambió la vida a los 21 años.
- «Fundación», de Asimov, que me mostró el poder del conocimiento bien aplicado y un montón de cosas más.
- «Los viajes de Gulliver», de Jonathan Swift, en la edición íntegra de Anaya, que me enseñó que por mucho que pasen los siglos la gente sigue siendo, con preciosas excepciones, igual de necia y cabrona.
- «Psicoanálisis de los cuentos de hadas», de Bruno Bettelheim, que me enseñó a ver la literatura, especialmente la literatura de transmisión oral tradicional, de otra manera.
Hay más, claro. Precisamente viendo la lista de mi amigo Ekaitz Ortega me he acordado de los cuentos de Poe, que también me marcaron mucho, sobre todo «Los crímenes de la Rue Morgue» (en la antología de Anaya Tus Libros «El escarabajo de oro y otros cuentos»). El entusiasmo tras leer este libro me llevó a guindarle a mi abuelo una recopilación de «Narraciones», con prólogo de Baudelaire, que sacó Giner en una colección de esas para decorar salones (muy bien editada, sin embargo) con casi toda su narrativa y una esmerada traducción de Julio Gómez de la Serna (hermano de Ramón, el de las greguerías), bastante mejor que la de Cortázar (EMHO). Gracias a estos dos libros se me abrieron dos horizontes enormes, el de la novela negra y el del terror.
El libro de Anaya, especialmente, traía una introducción estupenda de Juan José Millás sobre la novela policiaca, de la que aprendí muchísimo. Ese libro me llevó a Arthur Conan Doyle y a un estuche con todas las novelas y cuentos de Sherlock Holmes, y también a «El mundo perdido» (Anaya Tus Libros otra vez, qué gran colección), y de ahí salté a las obras completas en dos tomos de H.G. Wells, en papel biblia, de Plaza & Janés. A esas edades (leí todos estos libros, incluidos los de la lista anterior, antes de los 25 años), los libros se retroalimentan, uno puede llevarte a muchos, a descubrir géneros enteros, pero también te influyen a niveles insospechados.
Por ejemplo, yo nunca quise dedicarme a escribir “en serio”, a pesar de que, desde adolescente, mis profesores me animaban a ello continuamente («Tienes madera para escribir», me repetían con asiduidad), porque desde niño tengo grabada en la mente la imagen de un Emilio Salgari desesperado, rajándose el cuello con una navaja de afeitar, por no poder alimentar a su familia. Esto lo leí en la introducción a una edición de «El Corsario Negro» (otro libro que podría haber puesto en la lista, junto con «Los tigres de Mompracem» —protagonizada por el famoso Sandokan, cuyas aventuras se emitían entonces por televisión— y, en la misma colección, «20.000 leguas de viaje submarino, de Jules Verne) y me impresionó muchísimo. Vamos, que de dedicarme a la literatura, nada; ¡ni loco!
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