sábado, 24 de diciembre de 2005

«¡Ho, ho ho! (Cuento de Navidad)», de Jean Mallart


PAPÁ NÖEL estaba preocupado. Se había quedado sin dinero; estaba arruinado. Ningún banco aceptaba prestarle nada, pues no disponía de avalistas ni de bien alguno que pudiera servirle para respaldar los créditos que necesitaba. No tenía dinero para huir a otro lugar con una nueva identidad, como había hecho ya tantas veces. Estaba acabado.

—Si es que no se puede ser bueno en esta vida —se quejó amargamente Papá Nöel mientras se servía su tercer benjamín de espumoso barato.

—Y tanto —asintió Mamá Nöel, que acababa de pasar dos horas achicharrándose los sesos con el secador para mantener sus blancos rizos rizados—. Mira que te dije un millón de veces que no fueras regalando cosas por ahí, que luego no dan ni las gracias. Malditos desgraciados...

—Tienes razón, Mamá —murmuró Papá Nöel apurando su copa.

—Sí, Klaus, y tanto que tengo razón. Al menos, ahora que por fin estás arruinado, ¿eh?, viviremos más tranquilos. Gracias a Dios por eso; serías capaz de salir también esta Navidad sólo para quedar bien. ¡Y yo a morirme de asco aquí, cuidando a los renos! Hace un siglo que no vamos de vacaciones por culpa de esa estúpida manía tuya.

—Algún día te llevaré al Caribe —dijo Papá Nöel mientras se servía más burbujas—. Ya verás qué bien, qué calorcillo más rico.

Mamá Nöel hizo una mueca de desagrado, pero se mordió la lengua. ¡A buenas horas, mangas verdes! —nunca mejor dicho— Un siglo atrás le había prometido Venecia, y París el siglo anterior. Nunca cumplió tales promesas... Ahora, sin una sola moneda en el arcón, sabía con certeza que tampoco cumpliría la que le había hecho esta vez. ¿Qué iba a hacer ella en el Caribe, de todos modos, ahora que su cuerpo estaba fofo y envejecido? Se moriría antes de desnudarse para tomar el sol, y ligarse a un nativo quedaba descartado, por supuesto. ¡Diablos! Debió escapar cuando tuvo ocasión, aquella vez que Klaus olvidó las llaves del trineo en el contacto. Así podría haber gozado de la vida. Y la Viagra había llegado con trescientos años de retraso. Nunca había conocido el placer, ni otro calor que el de la boñiga de reno quemándose en la estufa, y todo por culpa de la loca generosidad de su esposo.

—Eras un hombre rico, Klaus, y lo has dilapidado todo. Tantos años de clandestinidad, tantos esfuerzos y dinero gastados tontamente para proteger tu identidad, huyendo de un punto a otro del maldito Círculo Polar, huyendo de jugueteros estafados y soñadores fanáticos que se empeñan en creer que existes, cuando todo el mundo menos tú sabe que Papá Nöel son los padres. ¡Debería darte vergüenza! Me has dado una vida de mierda.

—Cariño... Vamos, no hables así... ¿Quieres una copita de champán? —dijo Papá Nöel, intentando calmarla.

—¡Ni se te ocurra salir esta Navidad!, ¿me oyes? No pienso pasar esta Nochebuena sola. ¡Si yo me fastidio, tú también! Si te veo poner un solo regalo en el maletero del trineo, te mataré.

—Pero es que es mi vida, cariño, compréndelo, es mi imperativo vital, mi razón de ser —se quejó Papá Nöel. Tenía los ojos enrojecidos y la voz gangosa.

—¡No tenemos dinero! ¡Se acabó Papá Nöel, se acabó andar por ahí como un vulgar ladrón, violando domicilios y asaltando jugueterías! ¡Se acabó! —chilló mamá Nöel— ¡A partir de mañana dejas esa tontería y te buscas un trabajo como es debido!

La víspera de Navidad, unas horas antes de la Nochebuena, los duendes fueron a buscar a Papá Nöel.

—Tenemos que decírselo —declaró el mayor de ellos antes de partir.

—Sí —reconoció otro—, aunque creo que sería mejor que esperáramos hasta Nochevieja.

—No pienso trabajar gratis esta Navidad; todavía no hemos cobrado los atrasos de la Navidad anterior y tengo duendecillos que alimentar.

—Eso es; le diremos que si no paga por adelantado, retrasos incluidos, iremos a la huelga.

Pero cuando llegaron a la casita de Papá Nöel y se disponían a llamar a la puerta, algo llamó su atención.

—Qué extraño —dijo el duende mayor—. Mirad, la puerta está abierta.

—¿Con este frío? Pues sí que es raro. Pero si está abierta, podemos entrar, ¿no? Se me están congelando las puntas de las orejas aquí fuera —dijo otro duende.

Así que entraron en la casita... y, al momento siguiente, salieron corriendo y dando alaridos.

Sólo el duende más viejo se quedó. Se acercó a Mamá Nöel y cerró sus exorbitados ojos; luego fue a buscar un cuchillo para descolgar a Papá Nöel de la viga principal del salón.


© Jean Mallart 1998
¡Feliz Navidaaargh!

1 comentario:

  1. Un cuento genial. :-) Eres un máquina con los relatos.
    Yo llevo ya unos pocos meses mascando la idea de empezar a escribir una novela de fantástico pero ya en serio pero antes quiero disponer de más tiempo por las noches y leerme un par de cosillas (C.S.Lewis sin ir más lejos, que usa tambien muchos animales mitológicos griegos :-/ ) ya que ante todo no quiero ser redundante.

    Por cierto te he enlazado en mi cutreblog este post tuyo, jeje se nota que me ha gustado! :-)

    Se te echó de menos en la kedada del chat de ayer jueves, pero estas fechas estamos todos muy perdidos (yo, ademas, siempre) XDDD

    Feliz año nuevo!!!!!!

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