En capítulos anteriores de «Origen del fantástico»...
¿Cuándo nace lo fantástico? Antes de contestar esta pregunta me apetece aclarar otra cuestión: ¿En qué momento surge la narrativa de ficción? Porque al principio fue el mito, y el mito (como todos los mitos, al principio) era creído por todos a pies juntillas. Bueno, por casi todos. Ante las críticas de los primeros filósofos, la interpretación alegórica de los mitos logró prolongar su influencia intelectual y su valor de verdad, apuntalando su función original como explicación de lo real.
Para mí, la ficción surge en el momento en que el autor es consciente de ser el creador de la misma, no un mero vehículo de la expresión divina. Esto requiere del autor la capacidad de reconocer la fantasía como tal y de separarla, en algún grado, de la realidad. Lo fantástico comienza, por tanto, cuando el mito pierde su prestigio y se reconoce su carencia de valor de verdad pero, sin embargo, el narrador decide imitarlo y emplear sus recursos para crear algo diferente que deleite, sorprenda y maraville al receptor de su mensaje: el público, cuyas estructuras mentales, moldeadas en buena parte por el mito, soportan por un tiempo la ficción, por inverosímil que sea, en un fenómeno que hoy en día conocemos, gracias a Coleridge, como “fe poética” o “suspensión de la incredulidad”.
¿Pero cuándo se produce este paso?
En Grecia, el filósofo Demócrito de Abdera había demostrado tener a su alcance las herramientas intelectuales para escribir ficción, pero carecía de la disposición necesaria. Su interés estaba centrado en descubrir las verdades del cosmos, no en inventar nuevas falsedades para disfrute del público. Demócrito era un filósofo, no un cuentacuentos (al menos, que nosotros sepamos; resulta que los seguidores de Platón, un cabronazo que odiaba a Demócrito con toda su ψυχή, se encargaron de hacer desaparecer casi todas sus obras).
La pugna entre los intérpretes alegoristas del mito y los filósofos de la naturaleza se prolongó durante siglos, contribuyendo a retrasar el momento, hasta que los propios defensores de la verdad mítica, en una escalada suicida, se encargaron de echar por tierra sus teorías, vencidas por el peso del ridículo. En un esfuerzo por querer interpretar cada detalle de los mitos como una revelación cósmica, muchos llegaron a extremos cada vez más inverosímiles, provocando su propio desprestigio. Otros, como Paléfato, se dedicaron a trivializar los mitos eliminando en su interpretación todo misterio, sin dejar resquicio alguno que permitiera el menor atisbo de lo sobrenatural.
Además de las teorías alegóricas, al mismo tiempo, existió otro factor importante en el retraso de la aparición de la narrativa de ficción: la obsesión por la verdad en el bando de los filósofos. El desprestigio de la poesía (por carecer de valor de verdad) dificultó que surgieran entre sus filas los nuevos narradores. Para los políticos como Pericles, que se apoyaban en los filósofos para auparse al poder, la poesía carecía de sentido práctico y, a causa de ello, fue prácticamente condenada. No estaba el horno para bollos.
Tuvieron que pasar siglos, hasta que la polémica se enfrió (sólo temporalmente, por desgracia), para que aparecieran por fin los primeros ejemplos de narrativa de ficción propiamente dicha (según mi punto de vista, claro) en Occidente.
La narrativa arcaica y clásica
Antes de continuar, demos un somero repaso a los modelos narrativos de la Grecia antigua. Los propios del periodo arcaico son:
- MITOS: Surgen como explicación del origen y la naturaleza del cosmos.
- LEYENDAS (epopeyas): Dan cuenta de hechos supuestamente ocurridos en un remoto pasado, a los que la imaginación popular adorna con elementos extraídos de los mitos.
- FÁBULAS: Historias protagonizadas por animales, a los que muchas veces se da la palabra; tienen una función didáctica, especialmente en materia de ética y moral.
- CUENTOS TRADICIONALES: Ayudan a retener en la memoria colectiva diversos aspectos de la experiencia humana común y cumplen también una función didáctica. Suelen incluir elementos sobrenaturales, como duendes o demonios, que forman parte de la visión del mundo de la comunidad en la que se originan.
Todos tienen en común su carácter tradicional y sobrenatural. Carecen de autor (al menos, de uno que no tenga asimismo un carácter legendario, como Homero o Esopo) y casi siempre hay en ellos algún elemento maravilloso, portentoso o prodigioso. Además, instruyen deleitando (la mejor manera de educar, en mi opinión).
Más tarde, en la época clásica, surgieron formas literarias como el drama (tragedia y comedia), la poesía lírica y la historiografía, que tuvieron una gran influencia en la literatura posterior. Se reconoce ya a los autores, pero estos no se atreven aún a atribuirse el mérito de la creación de sus obras; dramaturgos y poetas declinan su responsabilidad en supuestas deidades que, según alegan ellos, los inspiran. Los historiógrafos no tienen ese problema; se limitan, según ellos, a registrar los hechos (cosa que en muchos casos es más que discutible) y a mencionar fuentes de variado pelaje (formas ambas de evadir también, en el fondo, su responsabilidad).
Y hasta aquí el resumen de lo expuesto, más o menos. ¡Continuemos!
Las sátiras menipeas
El cínico Menipeo de Gádara, que vivió entre los siglos IV y III antes de Cristo, creó una nueva forma literaria de sátira social y moral, en la que mezclaba verso y prosa (prosimetrum), denominada “sátira menipea” en su honor. En sus obras, Menipo atacaba con afilado verbo, típicamente cínico, las actitudes y costumbres de su época. Se diferenciaba así de escritores satíricos anteriores, como Jenófanes, que en sus obras dirigían sus ataques hacia personas concretas.
Seguido en el siglo I antes de Cristo por admiradores como su paisano Meleagro o el romano Marco Terencio Varrón, que imitó su estilo de sátira con bastante éxito (titulando las suyas, por si había alguna duda, «Sátiras menipeas»), tuvo finalmente una influencia notable en el nacimiento de la novela grecorromana. El estilo provocador de Menipo, su mezcla de cinismo y hedonismo, su uso de la prosa y su descreimiento prefiguran con un par de siglos de antelación el cambio que se avecinaba.
Pero no adelantemos acontecimientos. Antes de comentar la influencia de las sátiras menipeas en el nacimiento de la novela griega y romana, hemos de prestar atención a una verdadera revolución literaria, de base oral y popular, que tuvo lugar dos siglos antes en Asia Menor y que jugó también un papel fundamental.
Los cuentos milesios
Y, según a mí me parece, este género de escritura y composición cae debajo de aquel de las fábulas que llaman milesias, que son cuentos disparatados, que atienden solamente a deleitar, y no a enseñar: al contrario de lo que hacen las fábulas apólogas, que deleitan y enseñan juntamente.
Miguel de Cervantes, «El Quijote» (primera parte), capítulo XLVII.
A comienzos del siglo II antes de Cristo, en plena época helenística, surge en la costa occidental de la península anatolia una nueva narrativa que difiere en aspectos importantes de casi toda la literatura griega anterior, especialmente de la época arcaica, pero también de la clásica (con la excepción, por supuesto, de Menipo, con quien comparte varios rasgos que se pueden atribuir a su influencia).
El nuevo género, que para mí supone el origen de la ficción propiamente dicha en Occidente y, de paso, de lo fantástico tal como yo lo entiendo es el cuento milesio, llamado así por Arístides de Mileto, su principal recopilador y máximo exponente, que vivió hacia el año 100 antes de Cristo.
El cuento milesio nació como un género de literatura oral, popular y anónima de naturaleza satírica, divertida y procaz, a menudo con elementos fantásticos o maravillosos. Pronto su éxito llamó la atención de escritores de la zona que se lanzaron a cultivarlo y difundirlo, alcanzando gran fama. Tal fue el caso de Arístides (antecedente, por dos milenios, de recopiladores como los hermanos Grimm o Aleksandr Afanásiev), que recogió estas expresiones del folklore jonio y milesio en sus «Milesíacas» (Μιλησιακά).
Como bien explicaba aquel buen canónigo de Toledo en «El Quijote», en los cuentos milesios la faceta didáctica queda relegada por la lúdica. Priman los aspectos poéticos y emocionales de la narración; se busca divertir, excitar y entretener más que educar. La prosa crece en importancia frente al verso. Los autores pueden ahora prescindir de lo sobrenatural o recrearse en ello, con total libertad. Pueden desmarcarse de la tradición o servirse de ella en la medida que deseen (o les permitan). Se pretende la originalidad y se pierde por fin el respeto a la verdad.
Pronto aparecen los primeros autores al estilo moderno, creadores que reivindican sus obras, en pos del reconocimiento, se atribuyen todo el mérito y asumen la responsabilidad sobre lo inventado (en grados diversos; ya veremos los distintos métodos que utilizaban para escaquearse, según su conveniencia, dependiendo de lo propicio o adverso del ambiente).
Al fin el autor es consciente de su propia capacidad creativa, del fenómeno mental que es la imaginación, como la concibió Demócrito. Sí, puede que hable todavía de las musas y de la inspiración, como harán aún los creadores durante siglos, pero ya no cree de veras en esas cosas; son simples metáforas. Sencillamente forman parte de su acervo de referencias culturales, son herramientas que los autores utilizan a su conveniencia, un elemento más de su universo expresivo.
Ha nacido la ficción moderna… ¿O no?
Pues no exactamente.
(Continuará). [(V y final): Primeros ejemplos de literatura fantástica.]
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