jueves, 15 de septiembre de 2005

Tiempo de cambios: crisis sociopolíticas y literatura de género (II)


Los ricos también lloran

Todavía quedan lectores, decía. Estos, evidentemente, se pueden permitir el lujo de leer. Una perogrullada que no tuve en cuenta al principio, cuando hablaba de las sobredosis de realidad que sufre tanta gente.

Arrastrado por el aire que exhalaba yo al hablar,
se alejó mi pensamiento del asunto principal. :-))

Sin embargo, entre los casos que enumeré en aquella incendiaria réplica a Fernández-Armesto, había uno —precisamente el único real y que conozco directamente— muy significativo y que salva un poco mi demagógico discurso.

Me refiero a una persona muy bien formada y cualificada, de amplia cultura, con altos ingresos y todas sus necesidades materiales más que cubiertas, cuyo trabajo, que la obliga a tratar directamente con los aspectos más desagradables de la existencia, a salir del burladero de una vida cómoda para meterse en el ruedo de la ingrata realidad, comenzó afectando a su sueño y acabó deprimiéndola profundamente, lo cual incidía negativamente en su vida familiar, lo cual la deprimía aún más, metiéndola en un círculo vicioso de angustia vital.

Leía literatura realista, se cansó de ella (se agobiaba y le entraban ganas de ponerse videos de los Teletubbies) y comenzó a hacer incursiones en el fantástico, llevada por ese prejuicio tan habitual en los lectores de mainstream: el fantástico es una cosa ligera e intrascendente, etc., fácil de digerir, pues.

Empezó por H. P. Lovecraft. ¡Ay...! Bueno, tuvo suerte y comenzó con algo relativamente suave: las aventuras oníricas de Randolph Carter.

También probó la ciencia ficción, pero por lo general no quedó muy satisfecha. La ciencia ficción tiende a dejar un poso amargo, resulta a veces muy deprimente (pienso ahora en Los genocidas, la obra maestra de Thomas M. Disch). La CF, en fin, no le hacía tilín.

Se leyó varios libros de mi odiado Jar Jar Binks. Yo, consternado; ella, encantada. Después ha caído en sus inocentes manos, prestado por algún enemigo de la inteligencia, El código Da Vinci. Mi consternación aumenta, pero ella está contenta. Por lo menos, se distrae de sus penurias. Que no es poco.

Es un ejemplo de cómo una crisis personal puede llevar a un individuo a “bajar el listón” de sus lecturas con tal de agobiarse lo menos posible. Pero tengo la intuición de que algo parecido puede haber estado ocurriendo, periódicamente, a escalas mucho mayores.


Ciencia ficción versus fantasía

Por diferentes razones, los nuevos lectores de género fantástico se suelen decantar por la fantasía, en detrimento de la ciencia ficción.

No quiero meterme con la fantasía. De veras que me encanta; de hecho, cada vez me gusta más. Hay cuentos y novelas de fantasía maravillosos, fascinantes, sorprendentes, originales, profundos y bellamente escritos.

Pero... En fin, puede que la “Ley de Sturgeon” esté equivocada pero me da la impresión de que, en efecto, el porcentaje de porquería en la literatura de fantasía ronda o incluso supera ese mítico 90%.

La mayoría de los que cultivan este género suelen producir “fantasía basura”. Pura paja (sí, va con segundas). :-))) Bazofia de escasa o nula originalidad, plagada de tópicos trillados a más no poder, pensada únicamente para entretener. Literatura de consumo rápido que requiere poco esfuerzo y masajea convenientemente, cual aparato consolador, las ilusiones de poder y triunfo sobre la adversidad de los lectores.

En general, este tipo de fantasía exige menos a las neuronas que la ciencia ficción. Sólo la más cutre space opera se le puede comparar en este aspecto (y no son pocos los aficionados a la ciencia ficción que, abochornados, abogan por “expulsarla” de tal categoría).

Es más relajante leer sobre un gallardo caballero que, montado en un dócil y simpático dragón, salva a la princesa de un mago malvado... que leer sobre un científico loco que comete crímenes contra la humanidad y provoca un desastre que acaba con la vida “tal y como la conocemos” (una ficción como cualquier otra, por cierto). Especialmente si la vida “tal y como la conocemos” está cambiando a nuestro alrededor... y no precisamente para mejor.

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