domingo, 15 de enero de 2006

La peor novela que he leído en toda mi puta vida



¿Cuál es la peor novela que has leído jamás? Seguro que os lo han preguntado alguna vez.

Hasta ayer, quien os escribe habría sido incapaz de responder. No porque no exista tal novela sino porque mi sabio superego, cada vez que surgen en alguna conversación el nombre de su perpetrador o alguno de sus títulos (tiene dos, para mayor peligro) envía a mi hipocampo, automáticamente, la orden de borrar con la mayor premura posible cualquier referencia a esos datos.

Nunca soy capaz de recordarlos. Hasta consigo olvidar, con un poco de insistencia, que ese libro existe. Sin programación neurolingüística ni autosugestión ni drogas exóticas. La diosa del olvido, Lete, a menudo tan cruel, a veces se vuelve pía y concede favores semejantes a quien los suplica con suficiente fervor.

Pero ayer, en la TerSa, con la tenue pista de un apellido que me parecía alemán y alguna relación con unos perros, Vicente Gutiérrez Escudero, el poeta santanderino, fue capaz de adivinarlo y recordármelo... (¡Gracias, majo!, te debo una copa... ¡Espero que te guste la cicuta!) Menos mal que también le parece mala... Como a casi todo el mundo.

Sí, casi. Hay gente a la que le gustó. Se ve que hay gente a la que le gusta todo, desde comerse los mocos hasta El índice de Dios, de Roger Wolfe. Como decía mi Mémé Miyenne en su francés de Picardie, hay quien «comería mierda en la cabeza de un tiñoso».


Vuelvo a mirar la memo que abrí en mi PDA. Roger Wolfe. El índice de Dios. Lo apunté, sí. En cuanto Vicente los nombró, pensé: «¡Tengo que anotarlo rápidamente!, antes de que salte mi antivirus mental y se borre de mi memoria».

Hace tres años, en es.rec.cine (foro de la red Usenet dedicado al séptimo arte), el cinéfilo Rafa Morata (fan número uno de Rainer Werner Fassbinder) nombró al autor reviviendo en mi memoria —sometida pero a veces sediciosa— el recuerdo de aquella experiencia atroz:

—Acabo de subir a mi web fassbinderiana —dijo— un magnífico poema dedicado al genio alemán (···), titulado Los ojos de Fassbinder, de Roger Wolfe.

—¡Uy, uy! —exclamé, no menos alarmado que si se hubiera declarado un incendio en mi biblioteca— No sé cómo será como poeta, pero acabais de recordarme una de mis peores experiencias como lector. Y yo que ya había conseguido olvidar el nombre del autor de aquella estafa literaria... Me refiero a su engendro El índice de Dios.

»Es, sin duda, la peor novela que he leído en toda mi vida. Horrorosa, sin ningún valor literario ni de cualquier otro tipo. Tan mala que, unos días después, no soportando más verla tirada por ahí (me resistía a guardarlo con mis otros libros), asqueado por el recuerdo de tanta mediocridad, lo arrojé a la papelera. Cuando el camión de la basura pasó esa noche para vaciar el contenedor, sentí una gran satisfacción; fue un placer oír el run-run de la máquina mientras trituraba y aplastaba su fétido contenido.

»Es la única vez que he tirado un libro a la basura en toda mi vida. Y eso que soy bibliófilo y era un regalo. Antes de leerlo no hubiera concebido la idea de destruir un libro, y menos habiéndomelo dado un amigo. Pero no soportaba tener esa “cosa” ensuciando mi biblioteca ni cometer la crueldad de endosársela a alguien (ni siquiera a un enemigo; mi rencor tiene un límite).

»Si la veis por ahí, ¡huid!

A esto, el bueno de Andrés Acege (uno de mis foreros favoritos de Usenet, por cierto), que había enviado el poema a Rafael, adujo lo siguiente:

—En cuanto a lo que dice Jean, yo también había oído que el Indice... de Wolfe es patético (de hecho creo que no ha vuelto a intentar nada en prosa). Como poeta no corre peligro de ensombrecer a Gil de Biedma, :-DDD pero practica una “poesía de la experiencia” urbana, cínica y canalla, a veces bastante divertida, al menos en los poemarios suyos que he leído (Días Perdidos en los Transportes Públicos, Hablando de Pintura con un Ciego y Arde Babilonia).

No sé cómo será como poeta, repito; me fío de Andrés y Vicente y acepto que pueda ser bueno. Pero esa novela es lo peor que he leído en toda mi vida y os aseguro que he leído mucho y tengo unas tragaderas muy considerables (léase mi reseña de Slan, de A. E. Van Vogt, si alguien lo duda).

Dice el autor que «es un libro sartreano». Podemos omitir a Sartre y dejarlo en “ano”, ya que de sus páginas no sale más que mierda. (Me parece que estoy citando a alguien.) Aunque si Sartre fuera mierda, no podría estar más de acuerdo con él.

Esta abominación de forma y contenido fue un regalo de un buen amigo que osó compararla con American Psycho, de Bret Easton Ellis, novela que me había impresionado (ugh, y a quién no) y hasta gustado (moderadamente). Algo así como equiparar El Beso de Rodin con el vaciado en escayola de una caca de perro pompeyana.

Espero que mi amigo me perdone por tirar su regalo (es probable que se entere pronto; le di la dirección del blog hace poco). Yo le he perdonado por hacérmelo.

No lo pude evitar, fue algo irreprimible y lo siento por mi amigo pero no me arrepiento. Aunque no quisiera, volvería a hacerlo. Mi superego volvería a tomar el control. La papelera volvería a tambalearse con la violencia del impacto. De nuevo mi boca escupiría sobre la cubierta. Sin pensar en el gesto de amistad que representaba ese objeto, me alegraría por su destrucción cuando el camión de la basura pasara a regogerlo, triturarlo y llevárselo muy lejos (cuanto más, mejor). Y sonreiría perversa, cruelmente. Como aquella vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario